Próximo a todo está la aceptación.
El rincón donde guardamos uno a otro el aliento de mañana.
Sabemos desnudar cada mirada,
verter con los labios una laguna de respuestas
que inunde como un bálsamo el cuerpo del otro,
y navegar sin barcos, sin muelles,
en medio de un desenfreno de lluvia y de tormenta,
pero siendo tan silenciosos como los felinos cogiendo sus presas.
Hay demasiada verdad y demasiada muerte
entre los pliegues de la tarde,
y la oscuridad trae también lo perplejo de una caricia imprevista.
Tiemblo cuando me besas, una y otra vez.
Percibo cada roce directo de tu piel con la mía,
y son instantes, fogonazos que quedan para siempre en la memoria,
que culminan deshaciendo todas las cortapisas
en medio de sábanas blancas con pequeñas grecas azules.
Dormir y velar, mientras el luminoso del hotel
deja su verde parpadeo entrar sigiloso en medio del cuarto.
Sé que la mañana será de nuevo un mirar atrás,
tiznados ambos del otro, como si el sexo no tuviera su precio,
y nuestra noche solo fuera un puente entre dos mundos imposibles.
Lo impreciso no vendrá con el café y el desayuno continental,
lo que traerá la incertidumbre
será saberme de memoria tu teléfono
y esperar que cuando te llame y suene seas tú quien lo descuelgue.
f.
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