No me urge desarmar sus alas,
dejar que se acerque con la lentitud que quiera.
Con su lento paso ha dejado un aroma a viento de otoño,
con ciertos tonos de vainilla y de canela.
Sus manos son frías,
tiemblan en el quehacer estremecido de un roce.
Ingrávida pero mortal,
todo ángel tiene algo de la niebla
en que sin saberlo camina el deseo,
y le pierde sentir piel con piel,
un órdago en el cuerpo a cuerpo que no olvida,
cuando al cerrar los ojos
siente en su boca arder una lengua ajena.
f.
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