Hurgar en lo perenne bajo el manto de la noche.
Derribarnos con el silbido del fuego,
callar y sentir como cae lo azul de la barbarie.
Levanto mi copa, bebo el vino oscuro,
un ritual de siembra y de silencio,
algo de este quehacer inunda mi cuerpo
mientras soy hijo del laberinto.
Hay ciertas melodías que crecen en mi corazón,
la soledad se hace raíz con su sombra de pétalos,
me relamo los labios con la miel de la tristeza
en su feudo de voces y de viento.
Vuelvo a mí...solo soy la marea que inunda las playas,
el que contempla y escucha lejanos rezos
en la oscuridad de las laúdes
f.
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