Arrastraba restos de silencios.
Mi boca sabía a tabaco y ginebra.
Solo guardé de aquella noche
esquirlas de astros y sombras de planetas.
Nadie diría que fue un naufragio
el que trajo a mis brazos
su cuerpo exhausto.
Sin saber cómo acabamos desnudos
enlazados como dos serpientes.
Al amanecer,
mirándome a los ojos,
marcó con sus manos
en toda mi piel
las señales del cielo...
siempre había soñado que me amase un ángel.
f.
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