Vino la frontera,
un gatopardo tendido en la tarde.
Distancia, una palabra que cubría las copas frondosas de los árboles
y traía la lluvia a empaparnos dentro de casa.
El azul era solo un hilo de seda
hurgando en un océano quedo y silencioso.
Y seguro que en la ceremonia de nuestros encuentros
puse de nuevo mis labios sobre tu cuello,
mordí tu boca buscando tu lengua
con ese instante de dolor que siempre te debía.
Acogí con mis manos laboriosas tu cuerpo,
tus pechos y tu espalda,
lugares donde siempre perdí el rumbo,
tu vientre oscuro, tus muslos tersos
y el nido húmedo abierto para mí de todas nuestras noches.
Aún así, desnudos los dos,
frente a frente,
sentimos deshacerse los últimos deseos,
caídos como en un túmulo de arena a nuestros pies,
al suelo, donde murieron todos los presagios.
f.
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