No dormíamos.
Cogíamos las veredas del mar,
donde el océano labra sus promesas.
Viejas carreteras
llenas de arena donde desembarcar.
Árboles de sombra
que en la noche riñen con la luna.
¡Que gigantes eran las palabras
que llenaban su pecho!
El aguacero de la madrugada
nos traía lámparas amarillas
y escarcha de hielo en los labios.
Sonaba la sirena, los muelles desnudos
se sometían al pequeño vaivén del agua.
Echaba de menos la lluvia y sembraba de flores
el lecho de arena donde tiritábamos,
húmedos y solitarios,
con la única esperanza puesta en el otro.
f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario