Miro mis manos,
tan solo veo un cúmulo de signos y surcos.
Cálidas, grandes, no están vacías,
guardan todavía la última respiración de una boca,
el vaho y la humedad de un cuerpo.
He medido esa pequeña distancia que da el silencio,
se alarga con el atardecer y los días de viento y de lluvia,
traen en sus yemas las últimas preguntas,
y sin embargo no voy a nombrarlas,
solo me guarezco en la búsqueda,
respuestas del habito y la costumbre,
ese andar despacio por los arrabales de la existencia humana.
f.
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