Aunque tenga el orden del caos entre mis dedos,
la voluntad huidiza del humo, la voracidad de la brisa,
toda la humedad que deja una mirada que contempla,
no soy más que un hombre maduro
envuelto en una túnica de sombras.
Mis pájaros vuelan siguiendo el sentido de las hélices del viento,
no saben desarmarme, resquebrajar todas mis preguntas,
solo se habitan de unos pocos gramos de ternura
antes de morir como sílabas pretéritas de una nueva palabra,
los pequeños signos que marcan un verso.
Soy una estación de metro vacía, un muelle sin barcos,
cierta espera de avenidas, lo que resta al atardecer de un día...
pero no sé leer en braille los jeroglíficos que marcan mi vida.
Será que después de todo soy mucho más simple
que algún que otro ser humano y que solo entiendo
de nubes, astros y planetas cuando miro al cielo.
f.
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