Cabalgo bajo el signo inequívoco de la noche.
Soy un hombre,
quizás tan solo el gesto,
la sombra entre los árboles
me distingue de todo lo que se mueve
y deja su pasar en huellas tristes
sobre el suelo de tierra.
No he sembrado lunas en medio de la nieve,
solo he dejado que el invierno me tome en su costado amargo
y traspire en los salmos y en la caída incesante de la lluvia.
Escucho al silencio
como a un pájaro que huye,
el correr del viento,
el vaho prendido al corazón
de los viejos cristales de mi casa.
No hay amanecer, la luz de la lámpara ilumina
el tintineo de las cucharillas golpeando la loza,
esa verdad derramada en la oscuridad de los cafés
que tú buscas para derrumbarte,
una vez más, pensando en el pasado.
No temas, yo solo soy la parte amable de tu soledad,
hablo desde la distancia y no hurgo en esas calles empedradas
donde sueles esconderte para recordar
que los días pasan y que en tus noches de adviento
aceptas al frío como un nuevo elemento que te mantiene vivo.
f.
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