No viví mi infancia bajo los arcos de un patio
donde crecían árboles frutales.
Me rodeó la muerte desde antes de conocer la vida.
A mi abuelo paterno se lo llevo el miedo y la ira,
una guerra donde el odio creaba trincheras.
Mi padre me dejó una pipa para fumar y pensar en él
cuando ni siquiera puedo acordarme de su voz y de su cara.
Yo tuve la suerte del villano, me tocó con su mano la polio,
poco, es cierto, suficiente para recordar para siempre
mi vida entre niños que lloraban inmóviles,
frailes negros que rezaban en las noches,
la soledad con cinco años de no saber quién eres
y de andar frente al mar por unas dunas solitarias.
No viví mi infancia feliz, es cierto,
y eso marca, marca mucho,
y todavía tengo a ese niño asustado
recorriendo calles empedradas y de tierra,
con polvo y barro en los zapatos...
todavía no ha sabido salir de un laberinto
desde el que a veces me habla
con la tristeza que da saberse solo.
f.
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