Hoy si había pájaros esperándome y cantaban.
Luego vino la lluvia y traía olor de azafrán y sabor a vainilla
y empapaba, sí, empapaba como un buen aguacero...
Cae el atardecer, lento, sinuoso, oscuro,
como una deuda antigua que ya nadie recuerda.
Se alarga la brisa en su humedad marina,
suenan las drizas llamando sin cesar en su tristeza
mientras la tarde se escarcha en su amaranto rojo,
las nubes, al oeste, se deshilachan
ante los últimos rayos que el sol se deja.
Yo contemplo como el mundo va cerrando los ojos,
ahora que la lumbre ya no es lumbre,
ahora que toma los tonos amarillos de las farolas,
el mar se hace de gruesos telones de agua
y los hombres, silenciosos,
siguen su pausado quehacer de pequeñas hormigas.
f.
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