No acabamos nunca de encontrarnos, ni siquiera de saber mirarnos frente a un espejo que nos guarde para siempre las cosas que tenemos tendidas en la oscuridad...no sé si merece la pena este estado febril de regularlo todo, el aprehender de la vida sedentaria ciertos gestos diarios, ciertas manías, las palabras que marcan los desayunos, las que ceden al silencio del mediodía, a la voracidad de la tarde y al morir sin pronunciarlas cuando nos acoge la noche.
Soy mortal por naturaleza, lo simple me tiene entre sus dedos y lo común de los mortales se expande en mí como caen las lágrimas del frío en medio del invierno.
No me ahogo por ello, ni mis muñecas tienen marcas de suicida...pero es cierto que a veces me aburro de mi mismo y callo, encerrado en mi cuerpo como un ermitaño, susurro para adentro una pequeña jaculatoria de milagros que ya no sucederán.
f.
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