Algún testigo te ama
mientras atraviesas torpemente
las telarañas de mi durmiente espíritu.
L. Cohen
He recogido de tu falda todas las miradas,
ese aroma reconocible de escarcha y caliente lascivia
cuando te sueño entre las calles de mi soledad.
Te aprisiono los pechos,
apenas dos palomas que palpitan solas
a punto de volar al azul del amanecer
y lamo de cada detalle de tus pezones
la umbría y la oscuridad.
Me hundo en tus ingles,
escucho el sonido inconfundible de tu voz
llamándome de lejos,
desde ese mundo habitado por un pueblo de hombres solitarios.
Al fin puedo dormir con mi cabeza en tu vientre
mientras navego encendiendo las viejas bujías
que siempre me llevan al muelle donde descansa tu silencio.
f.
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