abrazado a ti en mitad de las calles y los bares
o en el vaivén insaciable de tus caderas.
No he soñado despierto
cuando te he recorrido en el amanecer,
y tu cuerpo, sembrado por mis manos,
me ha vuelto a dar la lumbre y el canto.
Ni siquiera cuando has muerto tan despacio,
sublime en tu desgarro,
tu gemido en mi boca,
en mitad de esta selva de deseo,
entregada, como si nunca más
volviéramos a vernos.
f.
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