Tenía Venecia demasiadas palabras guardadas en sus calles para mí.
Un antiguo libro de signos y de piedra donde reencontrarme.
Paseé bajo la lluvia cobijándome en los viejos soportales.
De vez en cuando un catafalco negro
cruzaba bajo mis pies por un silencioso canal
levantando onduladas y pausadas olas.
Lejano, sonaba un violín y una voz daba el eco de un aria.
Nada más tenía esa tarde de otoño,
anocheciendo sobre este mausoleo,
excepto la sombra melancólica de lo irremediable.
f.
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