No escuchaba el latido lejano de la ceremonia.
En el aire solo había nubes que pasaban en silencio
y mi corazón apenas podía soportar ya el tañido de las campanas.
Tú tenías las manos sucias y la mirada enrojecida como yo
y aunque querías aparentar aplomo temblabas
cuando mis dedos se hicieron dueños de tu espalda.
No hay mentiras que desnuden el amanecer,
la urgencia es la exactitud de los términos.
Sin duda, el momento es la culminación del azar,
y recuerdo aquel día...
seguramente, nunca habíamos estado más solos
aferrados el uno al otro.
f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario