Miro mis manos, el tiempo pasa tan deprisa que casi me siento irme y sé que nada tengo que perder cuando soy un diluido silencio desbordado por las luces amarillas de las farolas.
Sentado en un banco, debajo de un árbol desnudo todavía por el invierno, un perro asesino me muerde...¡qué templada es la sangre que mana!, roja como el último rayo que el sol deja al abandonarnos un día y otro día...me reboso y dormito en el frío...casi muerto...desangrado...cuando nada tengo que perder.
f.
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