Ya no me urge derrocar al invierno,
este invierno que se hace dueño del tiempo
y revolotea como los grajos con sus alas negras
buscando donde imponer su silencio.
Hay luna nueva sobre el mundo
y la noche solo nos deja la luz
que da el blanco de la nieve y el crepitar de los astros,
ahora, que no podemos más que sentir
el intenso deshacer de las palabras,
y ser como los paisajes nevados,
un quebradizo y húmedo lugar
donde las huellas guardan los nombres.
En esta parte del Hemisferio dura mucho el invierno,
él se come fogoso los pliegues del otoño
y augura en los idus de marzo maldades venideras.
No puedo derretir la nieve,
ni siquiera mirar a nadie a los ojos
con el valor de los incendios.
Ya no hay, después de todo, mayor urgencia
que mantener a flote una o dos simples verdades,
y esas, como tantas cosas de la vida,
van fluctuando según la temporada.
f.
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