Rehúsa el surco a dejar de ser tierra, tierra húmeda donde encontrar reposo la lluvia, tierra batida del camino por el paso lejano de los viejos carros, y la ausencia de los bueyes uncidos al yugo. Un lamento continúo de la infancia, que recuerda contemplando el invierno, sintiendo el calor animal el olor fuerte de su cuerpo, la mirada profunda de la bestia que devolvía sobre el niño su desencanto de ser animal de tiro.
No hay palabras en la nieve, ni ángeles que dejen sus alas reposadas sobre los almendros, acaso vea todavía el paso de los córvidos, la corneja batiendo su oscuridad a ras de una mirada lejana y compasiva. No hay más que silencio, un paisaje de silencio construido con la imposibilidad de renacer, escombros y deshechas tapias…un abandono de lo miserable.
Un hombre vive siempre cerca de la vida, es el sentido de subsistir, cruza los meandros, se hace grande entre paredes que desconocen sus raíces y que el va llenando de significados, puentes en forma de libros, cuadros, objetos que traen desde la lejanía un pequeño mundo de emociones…así ha de ser la memoria, así ha de crearse un hombre y su sombra habitada siempre de quera y reflejos de viejas lunas que murmuran en la soledad.
Voy a encender las lámparas amarillas, ya es de noche y la oscuridad es la simiente que trafica con la desnudez del alma, alma…solo porque así se pronuncia el eco que no deja de parlamentar seguir respirando con tu cuerpo cansado y todos los matices que sin esperarlos esconde vivir…el miedo a desaparecer también tiene su valor en estos días en que merece la pena rememorar lo antiguo.
f.
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