Quedamos tendidos bajo las pequeñas mantas,
como lagartos al sol, musitando viejas canciones
después de la resaca de la noche
y con los periódicos casi sin abrir
donde estaban las viejas noticias del año pasado.
Al lado pasaba muy despacio la gente,
y el mar, tranquilo,
ensimismado en su propio devenir de olas y mareas,
apenas era una lámina azulada
con un sonido sordo parecido al de las caracolas...
El invierno dormía sin buscarnos,
delataba su silencio que tenía mucho tiempo
para darnos nuestro merecido.
Él siempre sabe dónde y cuándo hacer más daño.
f.
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