La vida tiene en la memoria caminos extraños para recordar. Salvando la distancia uno puede retornar a sitios precisos donde estuvo, recordando que todo lo que pasó es cierto.
El 27 de diciembre de 1962 yo estaba en una gran sala de camas con niños en el hospital de S. Juan de Dios de Barcelona...yo era uno más de aquellos niños y como todos estaba en una cama, mi cama.
Teníamos una televisión en alto, donde pude ver el entierro de Juan XXIII el verano del año 63, y debajo de ella se abría una gran cristalera que daba a un patio con diversas plantas y árboles.
Ese día nevaba, recuerdo como veía caer con los murmullos de mis compañeros, los copos de nieve, era como una película donde se reflejaba la pequeña eternidad.
No sabía que ese día en Barcelona cayó una gran nevada, solo sostenía en mi memoria el recuerdo como algo idílico, intemporal, que mucho más tarde pude poner en el calendario real por ciertas cartas que enviaba un fraile a mi madre hablándole de mí y de mi hermano que fue fraile durante unos pocos años, y el hombre, lo nombraba como algo excepcional...no esperaba que este hecho atmosférico, la gran nevada, significaba un punto de encuentro con una persona a la que quiero.
Nunca sabemos lo que nos hace retener determinadas cosas en la memoria...esta nevada vive en mí, la siento caer, nunca cesa de nevar en mi memoria.
f.
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