Hay entre todas las posibles Venecias una que se inunda
y se deja recorrer por las olas que arrastra el acqua alta.
Sabe que la derrota el mar,
que siempre ha hurgado en ella
celoso de la argucia de los hombres hambrientos de conquistas.
Navegué por sus calles
sentado en un catafalco negro recubierto de terciopelo
mientras escuchaba el sonido de una triste aria.
Venecia se moría entre mis dedos húmedos
y, como en un viejo palacio abandonado,
había un estruendo de voces y silencios
que incitaba a esperar al crepúsculo
y nos indicaba por donde se iba a ir la lluvia
cuando el color púrpura invadiera el mar.
f.
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