En ese amanecer
fronterizo con el miedo,
esgrimo la plegaría.
Expurgo la maldición
de quererte solo mía,
carnívora insaciable
entre la letanía
de una noche de amor,
un recuerdo en mi piel
con los destellos salvajes de tus labios,
y el fulgor en la avenida
de tu talle ceñido a la mañana,
sonido inconfundible:
tus tacones alejándose
de la línea de fuego de mi vida.