ENTREGARTE a los silencios del faro
y en sus secuencias seguir las estelas
en la noche eterna del océano.
Una, dos, tres ráfagas cortas y una larga
como un minucioso trabajo de arquitectos
donde el agua se enciende
y en un instante se ven las carreteras del mar,
hasta el horizonte que arrastra la penumbra.
Allí los sueños se hacen tangibles
y a ti vuelve con la brisa el sabor de su boca,
la línea sagrada de su cuerpo,
nada más que lo importante,
aquello que te une a la vida.
f.
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