Soy después de todo la argucia del barro, la laguna lacustre, lo salino.
Casi nunca se alimenta el hombre de palabras,
necesita caer, desbordarse en la herida,
saber que no hay márgenes de olvido,
que solo tenemos asegurado
un millar de gusanos que han de vivir entregados a deshacernos.
Me vence el peso de las deserciones,
lo abrupto de los adioses,
la calima abandonada de un cuerpo,
el vaho de una boca que solo habla de silencio,
el quebrado paso de las estaciones y su regreso,
la obsolescencia programada de todos los sentidos,
los sueños rotos en diminutos cristales,
la cicuta que ha de envenenarme,
el fuego, que al fin, ha de ser mi último compañero.
f.
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