Reviso el jeroglífico que leo en tu espalda,
esas líneas de branza
que cruzan sin remedio la amplitud de la tierra.
Escucho tu cuerpo, me silencio.
Hay dársenas que crujen y reclaman mi llegada
mientras yo sigo entablando un duelo con tu alma.
Tapas con tu pelo mi oscura mirada
y buscas con tu boca encender mi palabra,
como la bruma rodea el hogar de las horas.
Eres para la noche principio de incendio,
ese paso de dos que tiene el respirarnos.
Oler, huelo de ti, en la hondura tibia de la almohada,
el aroma del sueño, el crujido del alba,
tanta luz brotando por tus ojos,
tanta lumbre encendiendo las yemas de tus dedos,
y tu vientre ensamblado y húmedo
como una serpiente a mi vida.
Todavía en la isla,
todavía de noche,
hurgamos en la dicha,
robamos a la sombra la dulzura y la esencia.
Se enfila un trote de caballos,
se mueve un remo en el agua,
se oye tu voz ronca que rasga el canto de los pájaros
y gime con sílabas de hiedra.
Después, sin remedio,
vendrá el invierno, como solo sabe él,
a acariciar la nada,
y diremos para adentro en un murmullo
esto fue todo lo que nos dejó
una noche y su naufragio.
f.
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