Regreso desde la noche con las manos sucias,
largas y variadas mis sombras me deben cada paso,
se desnudan despacio entregadas al susurro silencioso
mientras apuro lo último: un cigarrillo, un bourbon aguado.
No sé cuantas muertes he dejado atrás,
ni siquiera me reconozco alguna vez
en el borracho perdido en sus vómitos.
Hace demasiado frío
y nadie tiene el poder redentor de un ángel,
aunque a veces, al amanecer,
cuando ella me abandona,
al besarme y darme los buenos días,
sienta en el aire un ligero viento
producido por el aleteo de unas alas.
f.
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