Me asombro ante el cuchillo de la tregua,
lo perpetuo que se abandona en la largura de la bruma,
en la constante y húmeda llegada del invierno.
Recojo los vestigios de lo que no fue y los restos probables de los sueños,
hay demasiada verdad entre mis manos,
en los signos inequívocos de vida que dejaste en ellas.
Fuiste sembrando la noche con tus dedos.
Recuerdo la línea de pasos,
el sonido de los dos en la avenida,
la soledad andando tras el eco de nuestras huellas,
la laboriosa cuenta de pecados
que tú y yo queríamos cometer
en el primer zaguán a oscuras que encontramos,
cuando tu boca era un semillero de promesas
y mi lengua buscaba a ciegas tu corazón.
f.
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