Abierta la puerta la noche es solo un tapiz azulado.
Casi diviso todavía el esplendor de las últimas rosas,
el aroma fértil del jazmín y la hierba luisa
y el recodo donde el amor de hombre deshace el sueño.
Hay noches en que los astros son semillas que reverberan silenciosas,
exactas en su deambular ante mis ojos,
donde siempre han estado,
como las preguntas
que eternamente dejan de responder a los hombres.
Suenan lejanos los grillos,
un olor a mar invade laborioso el viejo sendero de la playa
y llega hasta mí, humilde como la brisa,
la neblina que trae desde la orilla un antiguo saludo marino.
Algo así deberían de tener los viejos salmos
cuando el tiempo se detiene en un instante mágico
y ya no me importa ni siquiera la vigilia del insomnio.
f.
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