No pregunto cuantas veces voy a morir.
Despierto y en ese instante
me trae un tren desde la lejanía
el frío y la herrumbre
como si solo viviera en un nuevo día de otoño.
Llueve, sí, siempre cae un aguacero
aunque sea este lugar en que habito
un desierto donde las nubes callan.
Me abrigo en el silencio.
Contemplo mi propia decadencia.
Desmenuzo con pequeños golpes de mar
la membrana que cubre mi corazón.
A veces respirar cuesta mucho
aunque sea un acto reflejo
y yo no tenga más condena
que seguir haciéndolo.
f.
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