La lluvia me ha traído los contornos difusos del otoño.
Crezco en su sombra oscura y húmeda
cuando todo lo que rodea se queda sin límites.
Siento el esfuerzo de amar,
la larga mano que sostiene un péndulo,
y que es a la vez
ardiente deseo preso de un instante
y preludio de futura soledad.
¿Qué hacer cuando la herrumbre
es algo más que un simple mes de noviembre?
¿Por qué se fueron los pájaros marinos
y en sus ojos siguieron teniendo el color de la distancia?
Fumo despacio mirando a lo lejos,
veo irse los trenes que anuncian la noche.
Escucho a Baker desentrañar una melodía,
toca mi corazón y se detiene en mis labios.
En la pared ha surgido con el agua una mancha
que me trae recuerdos de la infancia.
El aroma de la lluvia es el mismo
que dejaban mojadas mis calles
de viejos adoquines y miles de charcos.
Podría llorar recordando
como huele el pan de leña recién hecho
y como me quemaba los dedos con él.
No hay más que decir
porque también el silencio tiene su lluvia,
cae como un dolor que nunca se aleja,
un dolor que te empapa irremediablemente para siempre.
f.
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