De vez en cuando me siento frente a ti
y te contemplo: te miro desde el silencio.
Siempre percibo en tu cuerpo los restos de las tormentas,
las borrascas que desplazan en tu geografía
tu propio anticiclón de las Azores.
Pero no pregunto,
solo recorro tu rostro,
me fijo en tus gestos,
tu figura marcada a fuego en mi mente,
tus manos y tu voz ardiendo en el aire,
los puntos cardinales con que haces florecer los días,
con esa humedad innata que te ha dado el tiempo,
la huella precisa con que en ti late la vida.
f.
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