Lo sabemos bien,
aunque no pronunciemos las sílabas que duelen
caemos en el otro como solo se cae en el abismo.
Este vértigo tiene algo de insondable e inesperado,
tiene un sabor a moras y a vainilla,
pero también deja un sudor frío
de pasos de noche y humedad de lluvia.
No hay ventanas que nos abran el mañana.
Estas paredes donde nos dibujamos
tienen las sombras de tu cuerpo y del mío,
porque sabemos que el lugar de la lumbre
siempre empieza y acaba en el otro...
Sin embargo, también nos agota la rueda de las estaciones,
los largos amaneceres del insomnio,
la llegada de la noche
con su albedrío y su braille de yemas y de labios.
No voy a beber este veneno,
ni deshacer estos nudos que nos atan...
pasa el tiempo, quizás sea mañana
un buen día para consumirnos,
o solo sea de nuevo un buen momento
de hacer de la contemplación del otro un río de murmullos.
f.
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