¿Cuánta inmensidad nos reserva el otoño?
Esta lluvia sin rostro, anónima,
el quejido anhelante, el derrumbarse en otro,
el saber que caen sobre nosotros
las luces de los astros inundando la noche.
Muero así, sin más palabras que la estación vacía,
un muelle en medio de un desierto de sílabas y signos
donde cabe deshacer el Breviario de las Horas,
letanía de salmos y lágrimas,
y sentir sobre uno mismo
las huellas perennes que dejan
el paso de la serpiente.
No sabes decirme dónde estoy,
mientras ando despacio por tus islas,
dibujo los jeroglíficos que marcan tu contorno,
soy apenas lo que desconoces y temes
sin esperar nada más,
cuando la verdad,
no tiene otras sendas que tu cuerpo.
f.
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