Abro un surco entre la palabra y el silencio.
Su boca sabe pronunciar mi nombre
y me llama con la urgencia de una marea.
Yo solo soy parte del océano,
quizás valga por dos o tres olas fulgurantes
golpeando con fuerza los márgenes de farallones,
unas sílabas que han de dejar
señales inequívocas en su piel
de mi paso de pájaro por su corazón.
f.
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