Uno se deja en el silencio las manos cortadas, sus grilletes de acero, el fluir del agua, el contenido impreciso de los bolsillos, las leyes intocables que tú mismo te marcas, ciertas querencias inconfesables, la cadencia de la lluvia sobre el entorno de tus huellas. Morir así, despacio, como se muere varias veces al día, solo es perder unos mililitros de tu sangre, pero también un poco de lo que te queda de honestidad, esa pizarra un poco borgiana donde en lugar de ir borrando palabras, cuando ya nunca más las vas a usar, vas olvidando, sin saber cómo, tus principios.
f.
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