Te llamas Beatriz me dices y yo pienso en Dante bajando a los infiernos, mientras me das la mano pulcra, pequeña y blanca, muy blanca, como toda tu piel, pero yo pido más y te beso cerca de la comisura de tu boca y percibo el aroma de tu aliento y la humedad enrojecida por el lápiz de labios con que me devuelves un poco alarmada los besos.
Miro tu figura esbelta y frágil y deslizo una sonrisa entre los dos como si los hilos de mi mirada quisieran hilvanarte esta noche a mí, a tus ojos claros que desdeñan mi silencio otorgándome entre nubes y viajes lejanos una orilla donde esperarte…tal vez, tras varias veces de beber los dos unas cuantas ginebras (Tanqueray con hielo y con unas pocas gotas de limón) se haya creado en nosotros otro vinculo, la complicidad, una certeza de conocimiento y deseo en mitad de este barullo de música y presentaciones.
Fuera, al salir, llueve y tu paraguas nos acoge, nos acerca más y yo no pierdo para nada el interés en tu cintura, aunque mis manos tiemblen al sentir el ir y venir de tu cadera, el acercarse el hueso e irse y dejarme la curva de tu carne solo para mis dedos, y el perfume que desde tu pelo me arrebata al moverte y yo quiero, en ese instante, ahora, sin dudarlo, meterme dentro de tu melena para poder cerrar los ojos y respirarte, uhmmmm, morirme en tu pelo, mientras no sé dónde, el taxista, tras decirle tú una dirección, nos lleva….será tu casa…y aunque para mí pueda durar el trayecto una pequeña eternidad quiero un poco de tiempo para saber más de tus labios y del ligero sabor afrutado y ácido que conserva tu boca.
f.
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