Salgo despacio de detrás de la sombra.
Sigo siendo el haz de viento que resguarda
el escalofrío, la sombra hiriente.
Deshago versos que tienen palabras que destacan...
manzana, nieve, temblor, ángaro, caída...
Siento el azogue sembrado en las besanas del corazón.
Luego la tarde como un verano tendido al sol,
la trinchera abierta entre la urgencia y el desencanto,
este quebrado susurro de la vida
que se escapa tenue como el vaho húmedo del amanecer.
Cierro los ojos y siento la cercanía de los cipreses.
El silencio colmado de silencio que duele al escucharlo.
¿Será verdad que después del anochecer ya no seremos nada?
Quizás por eso amo estos crepúsculos que me desangran
y que me dejan náufrago, a expensas de un invierno sin pájaros.
f.
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