Solo en su anatomía
y en la oscuridad de la noche
reconocía como ciertos los meandros
donde aplacaba la sed y me guarecía de la soledad.
No había rincones certeros,
ni siquiera un lugar
donde prevaleciera el instinto
en la hora del deseo,
nada me servía si no era su cuerpo,
un atlas que nacía en las yemas de mis dedos
y que como devoto y ciego de ella
recorría a impulsos de mi corazón.
f.
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