Sea pues domingo y que suenen despacio las campanas...
Escribo en lo hondo,
allí, en el lugar donde se quedó
la herida de la flecha,
allí, donde manan las sílabas sin nombre,
las que siguen doliendo día y noche.
Tú preguntas sobre las verdades,
yo solo recojo el agua de la lluvia,
bebo el almizcle o el veneno,
siento caminar por mi espalda,
uno tras otro, todos los nombres
que buscaron habitarme.
Hay una cuerda tensa como el viento
sobre la que se anudan mis palabras...
no puedo deshacer esa unión de lumbre y de silencio.
Solo tengo la piedad,
el conocer cada esquina del dolor
y saber manejar las horas
con su quebranto
y su tasada holgura.
Un hombre al fin y al cabo
solo es una huella de humedad,
una mirada, alguna palabra, la soledad,
la confirmación de los misterios pequeños,
un poso que ha de desaparecer con la próxima marea.
f.
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