Renombro las sílabas que matan,
una voz interior que se anuda a la respiración.
No temo la algarada de los pájaros nocturnos,
una suave pendiente donde desnudos somos parte del pasado.
Hay una eternidad en la distancia,
golpes de mar y umbría de invierno.
Cada rincón nos guarda estremecido una tarde oscura,
el paso de un ángel silencioso que nos reserva su noche.
f.
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