Nos mirarnos dentro, allí,
donde casi todo lo que vemos
tiene el color sepia de lo inamovible.
Recorremos largos pasillos
de días y noches sin nombre,
anónimos, sin estaciones,
todos llenos de lugares comunes
que nos detienen en mitad de una calle,
una plaza, el final de un largo puente...
pero que solo nos dejan la costumbre,
lo que más nos duele, ya que intuimos
que somos una quimera encendida
frente a la oscuridad,
sin más apego a la vida
que el miedo atávico a perderla.
f.
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