Escuchemos el chasquido del látigo,
sintamos la grieta de la luz,
miremos el quejido que deja el relámpago,
nos urge la llamada perenne del océano.
Navega, navega conmigo, no abras los ojos,
solo recibe el viento de la tormenta,
que te empape hasta el tuétano de su humedad.
Este instante nuestro se va a llevar todas las palabras,
todas las preguntas sin respuestas
y dentro de su silencio, el que se arma despacio,
el que queda entre dos cuerpos desnudos en mitad de la nada,
vamos a crear una última caricia que nos haga inolvidables.
f.
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