Derramo la copa y siento caer en mi casa la noche.
Esta argucia del miedo despierta las sombras que me habitan,
una a una resecan con su sed mi garganta
y muerden mis labios
como si sus besos quisieran ser los últimos.
Se asientan sobre la espera,
me rozan con sus pechos desnudos
y el valor intangible del deseo,
y me hablan con su idioma de signos,
así, cuando todavía no comprendo la reacción de mi cuerpo,
ellas han deshabitado mi inocencia y cantan victoria.
No es la soledad el único animal que frecuenta mi alma.
f.
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