Resguardo las últimas brasas de la noche,
solo vale soplar sobre la lumbre
y ver la incandescencia del instante.
Aunque todo tiene su fin,
no duerme la serpiente
ni me dejo arrastrar por el deshacer del viento.
He arrancado nombres del invierno,
sus labios tenían los versos que nunca se dijeron,
en sus cuerpos todavía quedaba la costumbre de la ausencia,
el trasiego de silencios y el caer de la nieve
como una letanía eterna.
Mi dolor es apenas una gota de mercurio,
su veneno, enfilando mi corazón...
esta verdad del tiempo que se lleva el humo
y que en los cipreses guarda los últimos sonidos que escucharé.
f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario