Registro el cuerpo emboscado en mi piel,
predigo la certidumbre del tiempo,
nombro detrás de un silencio otro,
soy un reguero de agua,
un hombre solo,
parte de los diminutivos en que se me nombra,
las pequeñas partidas, las indefensas pérdidas,
la umbría de un adiós que me aniquila.
Me sostengo en las quejas indefinibles de mi boca
o quizás en otra boca que me besa,
me aferro a las palabras, a la noche, a las lágrimas,
al auriga y a los ángeles dormidos contemplando la oscuridad.
Casi fumo, bebo, ardo, quemo y me abandono a la soledad del amanecer,
como si la tristeza tuviera en su regazo un aroma de salvia,
cierta cadencia de la infancia, el halda y las raíces,
un poco de mi sangre, un poco de mi muerte.
f.
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