No he llamado nunca al quehacer de la serpiente,
ni siquiera he querido sentir su paso húmedo y frío por mi cuerpo,
aunque sé que desde niño,
una de ellas buscaba beberse la leche de mi madre
y dejarme morir de inanición.
Todo cobra sentido
cuando escucho su cascabel en la noche
recordando con su sonido que sigue buscando aniquilarme.
f.
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