Deshago con mis manos las últimas palabras,
traen todavía las brasas y la nieve de su cuerpo.
Me asombro siempre recorriendo su espalda,
esa bitácora de emociones en que descanso
y en las que las noches tienen mareas silenciosas
e islas habitadas de fuego.
Puedo dejar un verso sin su nombre,
pero como las rosas nos habitan de su aroma
estarán mis manos tiznadas
de la dulce y salada sensación del derrumbamiento.
f.
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