Contemplo la oscuridad en su victoria
y no me derrota la sombra sino su azar.
Abro mis manos y toco las viejas maderas de un embarcadero.
Se deja sentir la brisa sobre las copas de los árboles,
el ronco cantar de los grillos,
la voz sonora de alguna rana.
Esta soledad se habita de preguntas indoloras,
mientras a lo lejos,
la luz amarilla de las farolas,
serpentea en busca de las casas altas del pueblo.
Ella, como otras veces,
no ha venido en la noche,
no he sentido el temblor cálido de sus dedos,
ni sus labios han derramado su deseo en los míos.
Tal vez varado en este sueño,
tenga miedo a despertar…
o esa escena antigua
tenga un recodo escondido en mi corazón.
f.
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