Después de la lluvia llegó el invierno,
fue ese momento en que el silencio tuvo la lucidez de la nieve.
Me habías dicho que el verano era un largo pasillo de emociones,
habitaciones donde encontrarnos desnudos frente a frente,
que esos días los crepúsculos intensos
nos darían de beber en la boca del otro
cada una de las sílabas invisibles con que se escribe el deseo.
Miré entonces la palma de mi mano,
sentí las veredas de tus besos,
las largas líneas del desamor que tu cuerpo unía al mío,
las besanas que tus ojos creaban en mi cuerpo...
tanta sabiduría en tus manos
mientras yo aprendía,
y afuera, nevaba sobre mi corazón solitario.
f.
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